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Cada 14 de julio muchos franceses desempolvan su bandera tricolor y salen a las calles para celebrar el que consideran el día más importante del año.
En la mañana se organiza un pomposo desfile militar sobre la célebre avenida de los Champs Elysées y más tarde, con la puesta del sol, la torre Eiffel ofrece un espectáculo de fuegos artificiales sincronizados con una mezcla de música clásica y hits del momento que los parisinos observan con botellas de champán desde todos los rincones de la ciudad.
Sin embargo, el 14 juillet tiene su origen en un evento un poco menos festivo: la inesperada y violenta toma de una fortaleza medieval conocida como la Bastilla hace más de dos siglos, en 1789.
Fue un momento decisivo en la historia universal, que marcó el inicio de la Revolución francesa y con ella el principio del fin de una de las monarquías más poderosas de la época.
Asimismo generó cambios en las sociedades europeas y en todo el mundo, sirviéndoles de inspiración a muchas otras iniciativas revolucionarias, como la ola independentista que comenzaría un par de décadas más tarde en América Latina.
1. El gran detonante
El 25 de agosto de 1788 Jacques Necker fue designado ministro de Finanzas del rey Luis XVI, pero su destitución casi un año después provocó descontento y animó a los parisinos a tomar las armas.
A principios de 1789, Francia atravesaba una gran crisis financiera causada por la enorme deuda del país y el incesante gasto de la monarquía en conflictos con Inglaterra.
Para hacerle frente, el rey convocó en mayo una asamblea general extraordinaria en Versalles con representantes de los tres estratos de la sociedad francesa de la época: el clero, la nobleza y el pueblo llano o tercer estado.
Los ingresos del tercer estado, la clase menos privilegiada, se habían visto disminuidos tras un alza de impuestos cuyo objetivo era ayudar a aliviar la deuda.
En aquella asamblea, Necker se mostró favorable a la idea de darle al tercer estado una representación acorde a su importancia demográfica, oponiéndose a que las tres órdenes tuvieran una voz igualitaria.
Esta propuesta no les gustó ni a la nobleza ni al clero, minoritarios pero muy poderosos, y la consideraron una traición.
Por eso, el rey Luis XVI decidió despedirlo el 11 de julio.
La noticia de su salida encendió las calles de París. El pueblo lo veía como el único consejero que pensaba en ellos y temía las consecuencias de perder a un «ministro patriota».
El periodista revolucionario Camille Desmoulins invitó el día siguiente a los parisinos a protestar frente al Palacio Real, pero fueron dispersados con fuerza.
Y esto irritó aun más a los franceses. En los días posteriores la capital vivió violentos saqueos, hasta que el 14 de julio los revolucionarios decidieron tomar las armas y se dirigieron a la fortaleza de la Bastilla.
Poco sabían que ese día comenzaría una gran revolución.
2. Sólo albergaba 7 prisioneros
Desde el siglo XIV la Bastilla había sido una de las cárceles favoritas de los reyes, aunque en los años anteriores a su asalto estaba ya en decadencia.
Tanto era así que la monarquía había considerado cerrarla y aquel 14 de julio la fortaleza medieval sólo albergaba siete prisioneros.
Cuatro eran delicuentes menores que se encontraban allí mientras se procesaban las denuncias presentadas en su contra por falsificación de letras de cambio.
Sus nombres eran Jean La Corrège, Jean Béchade, Bernard Laroche, también conocido como Beausablon, y Jean-Antoine Pujade. Poco después de ser liberados por los revolucionarios, las autoridades los atraparían y los enviarían a otra prisión.
Entre los reclusos también estaba Hubert, conde de Solages, que había sido encarcelado a pedido de su familia por «crímenes atroces» y una «acción monstruosa».
Se decía que él y su hermana Pauline habían cometido incesto y que su familia pagaba periódicamente una suma de dinero para asegurarse de que no fuera liberado.
Los últimos dos presos de la Bastilla eran James Francis Xavier Whyte, conde de Malleville, y Auguste-Claude Tavernier, quienes también habían sido puestos bajo llave a pedido de sus respectivas familias, que alegaban que estaban dementes.
3. Voltaire estuvo preso en la Bastilla
Y no una, sino dos veces.
Con apenas 23 años, el escritor y filósofo francés François-Marie Arouet, mejor conocido como Voltaire, fue enviado a la Bastilla en 1717 por orden de la monarquía.
Había escrito versos satíricos sobre una supuesta historia amorosa entre el duque Felipe II de Orleans y una de sus hijas, y le fue impuesta una pena de 11 meses de prisión.
Marcado por su paso por la cárcel, a su salida adoptó el seudónimo de Voltaire y se dedicó a escribir poesía y otro tipo de textos.
Pero en 1726 regresó al recinto por dos semanas tras haber tenido un pequeño altercado con el caballero Guy-Auguste de Rohan-Chabot, conocido por su arrogancia.
La poderosa familia de Rohan-Chabot obtuvo una orden del rey y envió a la cárcel a Voltaire como represalia.
Luego de tal humillación, el ahora célebre escritor fue obligado a exiliarse en Inglaterra por dos años.
4. Albergó la guillotina de París
Inmediatamente después de su toma, un tal Pierre-François Palloy, maestro albañil y contratista de obras, tomó la iniciativa de organizar y supervisar la destrucción de la Bastilla.
Así trascendió como una de las figuras más destacadas del inicio de la Revolución francesa y esa misma noche, con la ayuda de unos 400 trabajadores, comenzaron las obras de demolición.
Un par de meses después, el secretario de la Asamblea Nacional Constituyente, Joseph Ignace Guillotin, propuso un proyecto de reforma para hacer que las infracciones de cierta naturaleza fueran «castigadas con la misma clase de penas».
Y propuso el uso de un dispositivo mecánico para las penas de muerte.
Así nació la guillotina francesa en la que morirían la reina María Antonieta y el rey años más tarde.
A lo largo de la Revolución francesa, el artefacto fue instalado en varias plazas parisinas, como la plaza de la Revolución en 1793 y 1794 (hoy plaza de la Concordia), en donde fue decapitada la familia real francesa, y la plaza de la Bastilla en junio de 1794, en donde ya no quedaba ni rastro de la antigua construcción medieval.
5. La toma no es únicamente lo que se conmemora
El 14 de julio es una fecha doblemente simbólica.
Los franceses también recuerdan la Fiesta de la Federación, una celebración conmemorativa que tuvo lugar exactamente un año después de la toma de la Bastilla y que trascendió como un símbolo de la unidad de la nación francesa.
Bajo una intensa lluvia, cerca de 400.000 ciudadanos se reunieron en el Champ-de-Mars, en el oeste de París, el 14 de julio de 1790. Asistieron a misa y aclamaron al rey, celebrando al mismo tiempo la revolución.
Luis XVI no se decidía entre exiliarse, como ya lo habían hecho algunos nobles, o permanecer en el Palais-Royal, que se había convertido en una especie de prisión para él y su familia.
Sabía que en cualquier momento se podía repetir la escena de octubre de 1789, cuando varios ciudadanos irrumpieron en el castillo de Versalles, en las afueras de París, demostrando así su descontento con la monarquía.
Pero confiaba en que la percepción del pueblo llano con respecto su familia estaba cambiando.
«Yo, rey de Francia, juro a la nación usar todo el poder que me delega la ley constitucional del Estado, para mantener la Constitución y hacer cumplir sus leyes», aseguró Luis XVI después de la misa.
Por su parte, el general La Fayette, quien estaba al mando de la Guardia Nacional y se volvería un personaje clave en la Revolución francesa, les juró a los presentes que permanecería fiel a la nación, a la ley y al rey.
Pero la multitud aparentemente conciliadora que el monarca creyó haber visto en Champ-de-Mars no concordaba en absoluto con la realidad.
Al caer la noche, mientras se dirigía a su residencia de Saint-Cloud, al oeste de París, el rey se topó con un público mucho menos satisfecho, que lo insultó e intentó agredirlo.
Una vez dentro de los inmensos muros del castillo, se preguntó por enésima vez si lo más sensato era huir. Pero no lo hizo.
No fue sino el 6 de julio de 1880 que el 14 de julio se convirtió en la Fiesta Nacional Francesa, tras la aprobación de la llamada «ley Raspail».
En realidad el texto no especifica cuál de los dos eventos se conmemora. Su único artículo reza: «La República adopta el 14 de julio como fiesta nacional anual».
Poco antes de su aprobación, en un discurso pronunciado en la cámara alta del Parlamento francés, el senador Henri Martin dijo:
«No olviden que después de la jornada del 14 de julio de 1789, tuvimos la jornada del 14 de julio de 1790 en París. A ese día no se le puede reprochar que se derramó sangre».