¿Quién es y cómo nació la que acompañó las infancias de millones de niñas a lo largo y ancho de todo el globo? Hacemos un breve repaso por la historia de los principios de Barbie, pero aún queda mucho que contar.

En febrero de 1959, Ruth y Elliot Handler —fundadores de Mattel— presentaron a Barbie en la Feria Nacional de Juguetes (American Toy Fair), realizada en Nueva York. La idea nació mucho antes, al ver a su hija, Bárbara, jugar con una muñeca de papel, de esas que se pueden vestir y cambiar de aspecto; a medida que iba creciendo, buscaba imitar conversaciones y comportamientos adultos.

A Ruth se le prendió la lamparita y llevó la idea a Mattel, sin resultado. No es para menos; si nos situamos en ese espacio y tiempo, era un momento en que las niñas, y en este caso, preadolescentes, no tenían mucho más que muñecas bebés y juegos de té para entretenerse. Los ejecutivos argumentaron que los costos de producción serían muy altos y el precio de venta, superior a lo que el consumidor podría pagar (sorpresa: eran todos varones).

Un viaje a Europa cambió las cosas. Ruth volvió con una muñeca alemana, Lilli, producida a mediados de los 50 a partir de una caricatura para adultos que roza lo pornográfico. El personaje era muy distinto: una joven de posguerra, ambiciosa y descarada. Salía con hombres ricos y difundía una imagen sexualizada de la mujer.

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En su primer año de creación la muñeca Barbie vendió 300.000 ejemplares.

Nada más lejos que el ideal de adolescente estadounidense que Ruth quería difundir. Pero cambiar eso era trabajo de Mattel. Varios viajes a Japón después, lograron sacar el maquillaje y convertirla en la muñeca que proyectó el ideal de los sueños de las niñas para el futuro de los Estados Unidos de América. El resultado fue ambivalente. Por un lado, los padres más conservadores se asustaron al ver las formas de mujer y maquillaje, mientras que otros encontraban en Barbie la imagen perfecta del futuro.

The clothes sell the doll… y viceversa

Charlotte Johnson, la diseñadora que creó los outfits de Barbie los primeros 20 años, recibió instrucciones muy concretas de Ruth. La nueva muñeca debía tener un vestido de novia, ropa deportiva de tenis, look de bailarina y algo para un partido de fútbol. Pronto aparecieron pijamas, delantales y prendas para otros usos. La idea era mezclar una experiencia divertida con elegancia y estilo.

Para Handler, la clave era crear un guardarropa fantástico, adaptable a la personalidad de cada niña. Pero eso significaba, necesariamente, desarrollar una moda que fuera con las aspiraciones y expectativas sociales. De hecho, que hasta las predijera.

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Se estima que cada tres segundos, alguna persona compra una muñeca Barbie, en algún lugar del mundo.

Bárbara Millicent Roberts

Y así nació Bárbara Millicent Roberts, alias Barbie. Se desarrolló para llegar a la clase media estadounidense y tiene un componente fuertemente aspiracional. La investigadora Kristin Riddick, de la Universidad de Virginia, creó un material de estudio casi fundacional que da cuenta de esta genealogía, Barbie: The Image of Us All (Barbie: Nuestra imagen —y hace un juego de palabras entre us, nosotros, y US, Estados Unidos—).

Según Riddick, la moda de Barbie era un indicador de los valores de la clase y región a la que apuntaban. Entonces la muñeca dejó de serlo y se convirtió en una adolescente que las niñas querían imitar. Inventaron una vida glamorosa para ella, pero no solo eso, cada outfit llegaba a un target distinto.

“Independientemente de si estaba cocinando o socializando, ella jugaba un rol que las niñas pequeñas empezaron a notar; estaba enseñando a las mujeres qué es lo que la sociedad espera de ellas”, dice Riddick. Y con razón. Pronto dejó de ser lo que las niñas querían y pasó a ser el modelo de lo que debían querer. Ya tenía identidad propia.

El éxito se vio en las ventas: en el primer año se vendieron 300.000 ejemplares.

Solo un Ken

En 1961, a pedido del público, se creó a Ken, el legendario novio de Barbie, que es casi un complemento y aparece a regañadientes de los Handler. En palabras de Riddick, era un reflejo de los roles sociales femeninos de la época, que generalmente estaban definidos por los hombres. “La relación de la pareja ejemplificaba las actitudes de los jóvenes que celebraban la paz y la prosperidad [de la posguerra]”, apunta la investigadora.

De la misma forma nació Midge, la mejor amiga, con su perfil angelical, para quienes veían una imagen muy sexualizada. Y Skipper (después Kelly), su hermana, para cuidar infancias —rol siempre esperado de las mujeres—, pero sin tener hijos (claro, ¡aún era adolescente!). En 1967, con el movimiento por los derechos civiles, Malcolm X y Luther King, llegó Francie, la primera amiga racializada. Luego se llamó Christie, con más éxito.

Icónica

Como dice la escritora e investigadora Carolina Brown en su texto Barbie. Subversión y conflicto: “Barbie es representativa de la sociedad en cuanto ha existido siempre una retroalimentación entre ambas”. Desde tenista y bailarina, a minifaldas en los 60, pasando por toda la gama de princesas hasta las candidatas presidenciales.

Sí, fue un reflejo de su tiempo y creó estereotipos inalcanzables, pero también fue la primera muñeca que permitió a las niñas imaginar un mundo fuera del hogar. Primero para divertirse, después para trabajar. Hasta para ser presidenta de un imperio. No negamos su impacto en la reproducción social, pero la reconocemos como ícono cultural que superó a Estados Unidos y se volvió mundial al mismo ritmo que la globalización.

Hoy, cada tres segundos, alguien, en algún lugar del planeta, compra una Barbie.

Por Laura Ruiz Díaz.

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